Sangiovese
Allí estaba lo quería. Un bell’ uomo italiano contando las grandezas del Sangiovese. Con la altura perfecta para sus musculosas espaldas. No estaba cachas de gimnasio sino fibrado de hacer deporte. Castaño con las puntas aclaradas por el sol. Ojos azules a lo príncipe. Cara de eterno adolescente aunque empezaba a rozar los cuarenta. Los hombres son como el vino tinto con crianza. Empiezan a estar afinados a partir de los 35 y de los 38 a los 42 están perfectos. Redondos, con el bouquet formado, con potencia tánica y pueden lucir una buena acidez. Es decir: ya les ha bajado considerablemente los niveles de testosterona, dejan de ir detrás de tetas firmes, brillan en el trabajo y hasta tienen pasta. Hay mujeres que son como un verdejo de añada, a consumir durante el año. Esas que después de los 25 se obsesionan con la celulitis, arrugas y se les acaban marchitando los aromas varietales. Las mujeres sin bouquet no son buenas para envejecer a su lado. Las que tienen la cabeza bien amueblada y han pasado por madera, pueden estar maravillosas a los cincuenta. También como se conserva influye en su evolución. Gracias a Mónica, mi esteticién, podría llegar a tener buena crianza en lías y aguantar el peso en boca hasta los 35. Pero a partir de allí temo que empezaré a oxidarme. Dicen que en el vinagre está toda la mala leche del vino. Yo tenía el corazón despalillado, prensado y filtrado mil veces. Un puré de ilusiones y desilusiones al que no le faltaba sal.
Estaba en la cena organizada por los viticultores biodinámicos para hacer probar sus vinos a la prensa en el Món Vínic de Barcelona. Seguramente el mejor Wine Bar de Europa. El discurso de los ecológicos ya me lo sabía. Respetar al máximo la viña para que ella respete la cosecha. Intentar respetar la biodiversidad y conseguir la mejor uva como sinónimo de un buen vino. Para mi, fuera agricultura biológica o integrada al final donde un vino daba la talla era en la copa. Igual que un hombre lo daba con su capacidad de alejarse del niño egoísta y convertirse en alguien con quien hablar. Y si la talla era buena mejor. Como esos mágnums de cava brut nature Recaredo que nos estaban sirviendo de aperitivo. Una botella de litro y medio siempre sabía mejor que una estándar. En el vino, también importaba el tamaño aunque la gracia de un hombre no se pueda medir.
Era el hombre más guapo que había visto nunca, ¡y encima con viñas en la Toscana! Mientras el explicaba los secretos de su Carendelle 2010, yo asentía con la cabeza. Dejé de filosofar sobre los tipos de botellas y de mirarle el paquete para ver si tenía anillo en el dedo. Movía las manos mientras se pasaba la copa de ese monovarietal de sangiovese y lo cambiaba por uno de Petit Verdot. No lo tenía. El director de la revista “Cuina”, me dijo:
– “Abril, se te nota mucho”. Trabajaba con él como free-lance haciendo los artículos . La sección se llamaba “Bodegas con sentido”.
– Josep, está bodega tiene mucho sentido.
– ¡Para ti!- Y me guiñó el ojo.
Antes que nos trajeran el primer plato ya sabía que su bodega estaba en Maremma Toscana, cerca del mar. La brisa marina acariciaba sus viñas mientras él hacía kitesurf. Para no decir nombre y apellidos lo llamaremos Míster Perfecto y le iba lo natural. Los vinos biodinámicos iban más allá de no utilizar pesticidas. Se tenían en cuenta la luna, la presión atmosféricas y se utilizaban las técnicas ancestrales. ¿Sería un lunático? Rudolf Steiner veía el cosmos como un todo. Era un pensamiento bonito. Cuando explicó que utilizaban la caca de la vaca diluida con agua en forma de homeopatía y que la esparcían por la tierra, no me podía imaginar a ese guaperas vestido con un traje de la Gas haciendo otra cosa que no fuera haciéndome el amor. A parte de todo esto, su vino era delicioso. Elegante, delicado, amable, tradicional y moderno, sutil y con personalidad. Frutos rojos maduros, notas de eucaliptos, una madera integrada, unos taninos suaves y una sensación retronasal persistente. Con personalidad que llegaba al alma y que me penetró como una flecha el corazón. Un vino que después de tomarlo aún recordaba su tacto en boca, como si de un beso se tratara. Como si te pusieran la lengua hasta el fondo para repasarte los dientes. Con el tacto húmedo que sólo un buen amante sabe dejarte como post-gusto. Si de verdad nos enamoramos por el aroma, yo me estaba colando por el perfume de un vino. Vi que se levantaba de la mesa para salir de la calle antes del postre. Supliqué para que no se marchara y que me estuviera esperando fumando un cigarrillo. Me dirigía hacia la puerta con paso firme, pensando en cómo le pediría fuego ¡Me encantaba que no se pudiera fumar dentro los locales! No solo para poder apreciar mejor los aromas del vino. Ligar se había vuelto más íntimo, fácil y solitario en la oscuridad de las calles. Le daba al acto de ligar un carácter delictivo-secreto mucho más sexy. El cheff del restaurante me detuvo en mi triunfal trayecto para hablarme del cambio de carta. Cuando conseguí llegar a la salida, él entraba. Así que tuve que ser muy rápida, no había tiempo para cortejos.
Estoy interesada en hacer un artículo sobre los vinos biodinámicos. ¿Cuándo te podría entrevistar?.
– ¡Me ne vado domani!
Mi cara debió ser como un mapa, porque él se apresuró a decir:
– Ma vieni in Toscana, no?
Me fue a buscar una botella de Amaranto que tenía en el coche (¡encima su otro vino tenía nombre romántico!) y me la dio junto a su tarjeta.
– Chiami prima di venire
¡Claro que lo llamaría! Nunca había visto un hombre que brillara tanto. Vi reflejado nuestra silueta detrás de ese foco potente que iluminaba los vinos. Hacíamos buena pareja. Me gustaba esa sombra que anunciaba dos persona que caminaban una al lado de la otra y cogiendo esa botella parecía que estuviéramos unidos por el vino. Al darnos los dos besos de rigor, tropezamos con los labios.
– In Italia il primo bacio é al sinistra e il secondo a destra
O tal vez fue nuestro primer beso. Si Cupido aún hace de las suyas, podríamos decir que tuve un coup de coeur. Tal vez no de él, porque ni lo conocía, si no de la idea que pudiera existir un hombre ideal para mi. Como el que llevaba ya unos describiendo en la carta de los Reyes Magos y que ya estaba tardando un poco demasiado en llegar. Ahora sería el momento justo que llegara el amor de mi vida. Había llegado donde quería en mi carrera, me sentía casi fabulosa y todos los míos estaban bien. Mi apartamento delante la Estación de Sants, para poder irme a Madrid como quien coge el metro. Un bar debajo de casa que sabían que tomaba el café con leche semi-frío y con vaso de vidrio. Con la medida perfecta para una single como yo. Solo una habitación. Si alguien quería quedarse a dormir, dormía conmigo. Un armario lleno de ropa con estilo y de marca. Un buda gigante en la entrada que me daba la bienvenida en mis viajes. Un jarrón siempre con flores frescas. No esperaba que nadie me las regalaba, me las compraba yo. Una grande selección de tés, infusiones, incienso de la India y velas aromatizadas de variedades de uvas que me ayudaban a inspirarme en mi escritura. Una de las mejores colecciones de Jazz. Mi hamaca para poder tomar el sol en mi terraza mientras escuchaba la radio. Demasiadas plantas medio-muertas. Tendría que ahorrar para poner riego automático. Si mis plantas fueran niños estarían desnutridos. La menta para hacer mojitos y el basílico para condimentar la ensalada napolitana. Un olivo estéril que nunca había dado ni una aceituna. Una cocina pequeña y un lavabo grande. Una bodega llena de vinos buenos a los que no le llegaba la situación perfecta para ser abiertos. La nevera llena de feta, cervezas, cavas, vinos dulces, vinos blancos y jamón de bellota envasado al vacío. La despensa de miel y atún. De tanto comer gazpacho Alvalle me estaba quedando anémica. Dos zapateros y una cama rota de tantas noches de pasión y poco amor para repararla. Si tardaba un par de años más, creo que mi condón emocional de cinismo sería impenetrable.