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Mi nariz de bronce

Desde finales de mayo mi nariz tiene un color especial. ¡Y no porque haya tomado más el sol! Si no que el concurso “La Nariz de oro ”me ha galardonado así hasta la próxima floración de la viña. De las causas y sus razones, ahora voy a dar testimonio en este breve relato:
Érase una vez una chica que hacía el primer curso de sumiller. Se presentó a ese concurso tan famoso del cual todos hablaban. Delante una copa negra, como si fuera una página en blanco, puso a imprimir en palabras sus reacciones. Lo hizo y al levantarse, delante tanta excitación, tiró la copa. Quedó eliminada sintiéndose aún un zarcillo. Esa sumiller entendió que tal vez escribir se le daba mejor que catar y dejo la copa por el lápiz. De eso ya hace siete cosechas. Esta vez con una página llena de escritos y con muchas copas derramadas la catalana volvió a presentarse. Pensó que para hacer un buen reportaje era mejor degustar la experiencia, relatando la ilusión de los participantes y los nervios del evento. La sorpresa fue que aún tenía la edad para ser “Joven Promesa” y ganó en esta categoría. Ese fue su pasaporte a la final de Madrid. Unos pocos elegidos entre ochenta participantes volaron a la capital aunque tantos otros lo merecían. Marc Maldonado con su afable carácter era el responsable, no por clasificarse como “Mejor Sumiller de Cataluña” sino porque se gano el respeto de todos sus compañeros. David Seijas con su nariz oro viejo y sus ojos azules hacía de una excursión en avión una fiesta.
Intentar explicar los aromas del vino era una tarea difícil. Pues tenemos que utilizar palabras objetivas para expresar sensaciones individuales. Pero no más que explicar las vibraciones de una experiencia colectiva vivida en primera persona. Mientras en las salas de degustación, una buena concentración de grandes sumilleres ponían a prueba su olfato. Cuanto más se acercaba el domingo por la tarde, más era la ansia que sentían. Sheila con dieciocho años brilló por su sonrisa dorada y por sus manos de plata que rompían copas y moldes. Esta chica con dieciocho años nos demostró que se cata el vino con el corazón y no con el lenguaje técnico. La verdad es que nadie de los 76 profesionales esperaba ganar, pero todos lo anhelaban. Se trataba de demostrar con una oscura copa con la que poco se intuía, todo el saber de su profesión. Sólo once supieron de qué vino se trataba; de esos sólo siete, supieron expresarlo. Allí empezaba la verdadera final, con las cinco copas tintadas que daban la bienvenida a las paranoias de la nariz y las dudas de las sensaciones. Mientras, los demás compañeros, se preguntaban porque no habían acertado el elixir de la copa eliminatoria. Pues estaban a punto de ponerlo, pero que al final se decidieron por otro. Lo habían visto clarísimo en la primera sensación pero que después, pensándolo mejor, habían rectificado. Esa la parte ácida de la cata a ciegas, pero también es la que hace salivar y obliga a intentarlo la próxima añada. Y es que esta prueba es un cupage donde la intuición cuenta más que la sabiduría. Algunas televisiones llegaron tarde y, los siete clasificados tuvieron que repetir esos terribles cinco minutos con sus copas vacías y con los nervios derramados. Ahora veían la magnitud de haber llegado hasta la plataforma de cata des de donde sus compañeros los animaban y los miraban de forma diferente. Jaume Gaspà que había llegado des de Lleida sin cartera, sintió que valía la pena todo aquello.
Antonio López con su copa dorada miraba a los asistentes. Los finalistas fijaban su mirada hacía el centro de esa copa-trofeo que ya nada preguntaba, sólo contestaba. “Seguro que ganarás tu” dicen algunos a sus favoritos “¿Te imaginas?”. Todos en los respectivos aviones, trenes y coches que los llevaron al hotel se les había pasado por la cabeza, pero todos habían cambiado la música rápidamente, para podar las expectativas. Así la decepción no era tan amarga. Antonio Jesús Gutierrez tenía a toda la familia apoyando su candidatura y en sus ojos reflejaba la serenidad de la victoria merecida. Raúl González por segunda vez se alzaba al podium y conseguía, subiendo el segundo puesto, la superación del tercero del año anterior. La tercera sintió que su nariz de bronce valía la representación de los jóvenes y las mujeres. Aunque sólo tres gozaron del podium no hubo ningún mal trago. Los demás, con el gusto en boca de haber llegado a la final, se prometieron hacerlo mejor el próximo año. Todos decían que lo de menos era ganar, que era importante conocer gente y practicar con tantas muestras. En el fondo, pero, todos deseban el resplandor que da una nariz de metal precioso. Por eso las risas nerviosas, el cansancio psicológico y las palmadas en la espalda. Los participantes se sentían parte de un todo, de un cuento de hadas que para algunos apenas empezaba donde para otros acababa.
La aventura de los sumilleres no acabó con los resultados del Concurso “La Nariz de Oro”. El grupo de Barcelona, como tantos otros esa noche, se quedó bloqueado en el aeropuerto por la tormenta que amenazaba la salida de Barajas. Allí se encontraron con gigantes (Dueñas) y hombres con pies de oro (Ronaldiño)… Y es que, quien creé que los sumilleres sólo hablan de “cuentos chinos”, tal vez tienen razón. Pero esa es la magia del vino, imaginar un mundo en una copa. A veces, sólo creyendo en las capacidades de acertar la degustación, uno puedo aprender a entender mejor el vino. Es cuestión de seguridad y sensibilidad. Esto es el mejor premio que puede regalar el certamen. La aventura junto los brindis con los compañeros es la mejor vendimia. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Pero la próxima convocatoria del concurso acaba de empezar con centenares de nuevas historias y vinos a descubrir…

Meritxell Falgueras

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