Los otros maridajes
El vino puede verse alterado por la comida. Como una pareja chafada por la personalidad de su partner. Unas alcachofas harán que la boca tenga un post-gusto metálico. Por ello, es una pena desperdiciar buenos vinos con vinagretas (que al tener acético nos avinagraran el vino), con salsas picantes que nos destrozaran el paladar o con espárragos que nos distorsionaran el gusto. Los ajos, las cebollas, los apios e hinojos también son de los productos que pisan los pies del vino al bailar. Hay algunas comidas que no siguen el ritmo, como los frutos secos o el chocolate, con su personalidad amarga pueden hacer perder el equilibrio de los vinos. Luego están los que quieren mandar demasiado, como es el caso de los quesos. Con la sensación láctica, cualquier vino parece más suave. Por ello la dicha “que no te la den con queso” porque por muchas aristas que tenga el mosto fermentado con el ácido láctico se ve paliada. ¿Entonces que le ponemos a los quesos? El maridaje por contraste suele sorprender y gustar a la par. Un queso azul, que haría que cualquier vino pareciera salado, le da agilidad y lo hace menos agresivo. Haced la prueba y probad un roquefort con un vino tinto. Veréis como rápidamente cambiáis vuestra opinión sobre los vinos con azúcar residual. Los que por causa de una enfermedad, embarazo o por ser menores de edad también pueden jugar a enriquecer la combinación comida bebida. Por ejemplo con diferentes tipos de tés, infusiones hasta mostos de vinos. Lo que es imprescindible es una buena agua para hidratarnos durante la comida. Agua con carbónico para los vinos que les falta mineralidad y la natural más pura para no interferir en los vinos más sutiles. La cerveza es también un producto muy gastronómico con diferentes intensidades y materias primas. Las más ligeras como las de trigo con entrantes y las más tostadas o de alta fermentación con comidas más consistentes. Lo importante es que nadie se quede sin brindar, ni aunque sea con vino desalcoholizado.