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Fronteras con gusto

Todo lo que se puede pensar se puede decir con palabras, al menos esa es la teoría de Nietzsche y Wittgenstein ¿Pero que pasa cuando no conseguimos explicar nuestros sentimientos en las palabras comunes que compartimos en el diccionario? Las sensaciones a veces son más fáciles de plasmar en un lienzo, porque los sentimientos se acaban convirtiendo en cupajes de diferentes objetivos pasados por la barrica del pasado y la oxidación del miedo a lo que será. Tal vez por eso prefiero que mi pareja tenga una nacionalidad diferente a la mía, porque en una última desesperada instancia, siempre le puedo pegar la culpa a la lengua. ¡Cuántas veces hablando la misma lengua no nos entendemos! Pero en el vino, ¿tenemos un código medianamente universal de comunicación? En mi tesina doctoral estudié como dependiendo el idioma las notas de cata tenían ciertos matices. Las diferencias entre catalán, castellano, inglés, francés e italiano son más sintácticas que semánticas. En el 90% de los casos se utiliza la metáfora (¡porque las puntuaciones también lo son!); en el 100% de los textos de degustación el lenguaje es literario (un 70% personificaciones versus un 80% de comparaciones) y sólo un 30% de los términos son técnicos. El uso de la metáfora en la cata no es un ornamento, sino el elemento crucial para poder evocar sensaciones. Por su fortaleza como diría Aristóteles; por la arma de seducción nietzscheana; porque la comida es comunicación como bien estudió el antropólogo Lévi-Strauss; por el relevo social del que se ocupa Umberto Eco y sobretodo por la ambigüedad lingüística que tanto estudió Jakobson. Y de allí las nacionalidades. Los italianos prefieren los adjetivos yuxtapuestos. En el mundo anglosajón de la cata hay una tendencia a hacer las frases cortas. Los americanos son más disciplinados y comedidos en cuanto a recursos literarios. Normalmente el vino es descrito por adjetivos y verbos transitivos sin hacer pomposas comparaciones. Los franceses, utilizan más verbos de acción. En castellano hemos adaptado las notas orales al texto escrito, por ello somos los que utilizamos más exclamaciones. Los iconos (racimos, copas, estrellas o medallas) son una calificación más global, más cauta y menos comprometida. En el Concurso Internacional de Bruselas en Luxemburgo, he podido comprobar que los idiomas pueden entenderse con unos parámetros de cata uniformes y adjetivando con números. El problema es aprender a reconocer y juzgar los vinos por su categoría. En el Internatinal Taste & Quality Institute de Bruselas los sumilleres europeos se dedican a catar toda clase de productos líquidos de todo el mundo. Hasta que llega el vino de arroz, el refresco de aloe vera o el schochu y te preguntas si el lenguaje universal del gusto puede pasar todas las barreras geográficas ¿A qué huele un noventa y cuatro puntos Parker? ¿al tour de Miller? ¿A madera nueva y bombas de frutas? ¿Y un 98 Peñín? ¿a más de 50 euros? ¡¿Y así en todo el mundo?! A finales del año 2007 Atsushi Hashimoto de la Universidad de Mie (Japón) inventó el primer robot catador de vinos. ¡Qué aburrido sería que todos tuviéramos la misma manera de explicar la realidad si cada uno la percibe a su manera! Porque el vino, cuando entra en la boca, leemos en el felpudo: “Bienvenido a la República Independiente de mi gusto”. Y eso se entiende en todos los idiomas.

5 Comentarios

  • Lo Jaume

    Ciertamente, la percepción, la memoria olfativa y gustativa de cada persona es diferente, con lo que de partida, la interpretación de la realidad ya es diferente, y dado que el dominio de la lengua y la manera de expresarse tambien son propios a cada persona, eso, de partida ya nos da infinidad de variables. Si además le sumamos: estado de ánimo, situación, la parte cultural y lúdica del vino, y otros ingredientes secretos. MAGIA!!! Esto es el vino.

  • mario

    Interesante artículo, como algunos de los que escribe. Sin embargo, sería aconsejable que revisara las normas ortográficas y sintácticas del castellano. En este escrito hay dos faltas de ortografía, una viene siendo habitual, confunde la escritura de la palabra con el catalán – también aparece en su libro- y luego hay otra más de uso, mejor dicho de mal uso. Estas faltas llaman más la atención en alguien como usted que ha hecho una tesis sobre las metáforas y que colabora en varios medios de comunicación en castellano.

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