Escribiendo con una copa de vino…
Hubo una vez que la escritura me ayudó a conocerme, el vino me ha permitido seguir escribiendo. Las palabras con vino siempre son más sabrosas, porque tienen el aroma de lo vivido y saben a lo que vendrá. Todos estamos solos, pero es algo que nunca llegamos a admitir, tal vez, sólo, cuando bebemos sin compañía. Es entonces cuando nos damos cuenta que solo nos puede aliviar una copa de vino y un ordenador para describir lo que sentimos.
Mi riesling con cacahuetes, mi música de “El paciente Inglés”, todos esos cuentos que nunca se escribirán… Todas aquellas palabras que decimos compartiendo una botella, todas las que callamos cuando se hace de día. Todo el amor que añoramos y el que deseamos encontrar. Todos los traumas que no hemos digerido y todas aquellas ilusiones que queremos revivir. El vino es lo que nosotros queremos escribir y no sabemos expresar, por eso tragamos la vida en vez de degustarla. Cuando estamos amargados comemos cosas dulces porque creemos que cubrirán el mal sabor de boca de nuestras decepciones. Y no es así, sólo nos producen acidez y mal de muelas. Mordemos lo que nos asusta para poder despedazar el dolor en partes, parece que así es más comestible.
Brindo por el amor que no sentimos y chupamos, por los deseos que nunca se cumplirán. Freud tenía razón sobre la necesidad oral de los que aún no han superado la etapa. Solo son sorbos de vida que ahogamos en una copa de vino.
Meritxell Falgueras
Fuente foto: Flickr

