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El vino tomado con filosofía

Artículo de Meritxell Falgueras publicado en el blog Tinta de Calamar (Cadena SER)

filosofía y vino

Sócrates solo sabía que no sabía nada y no quería saber nada de lo que sentía antes de beber, ni cuando se bebió la cicuta. Eso sí, iba preguntando a todos según su método mayéutico: ¿te resulta agradable o desagradable? ¿Huele más a flores o a frutas?

petit princepSu discípulo Platón escribió todo lo que el maestro dijo pero no lo quiso plasmar en puntuaciones. Formó las primeras academias y dejó en el mundo de las ideas el aroma más perfecto de la rosa, casi tanto como la de Antoine de Saint-Exupéry: “Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre millones y millones de estrellas es bastante para que sea feliz cuando mira las estrellas”. Se dice: “Mi flor está allí, en alguna parte” [sacado del célebre cuento de la ciudad de Bocuse d’Or, El Principito].

Ese amor platónico nos dejo afirmaciones como que “la mayor declaración de amor es la que no se hace; el hombre que siente mucho, habla poco”. Así, los que sentían mucho el lenguaje del vino preferían callar y beberse su silencio preñado de sensaciones.

Aristóteles, con su lógica, intentaba definir la metáfora que se utilizaba para describir el vino: “La metáfora es un préstamo cuyo sentido se opone al sentido propio”, “es una transferencia, una transgresión lógica y categórica”, “tiene impacto emotivo (porque causa admiración y seduce)”.

Eurípides, al escribir Edipo, lo entendió: conócete a ti mismo, entiende tus lindares de percepción y después juzga el vino a través de ellos. A veces decimos que un vino es muy ácido no porque lo sea, sino porque somos muy sensibles a ello, nos desagrada y criticamos desde nuestra prespectiva personal que no es objetiva.

Nietzsche, que bebía de la Grecia Antigua con su teoría de la tragedia clásica y la contraposición de lo apolíneo y lo dionisíaco, nos dijo que no podíamos ir más allá de la prisión del lenguaje y que todo lo que podíamos pensar, lo podíamos decir en palabras. Otra cosa es encontrar la palabra exacta pero, pasa eso y mucho más, está el sumiller.

Por ello cuando hablamos utilizando retórica en la cata de vinos no es simplemente ornamental si no que esas mismas metáforas condicionan nuestra interpretación del mundo. ¡Y qué mundo! Es normal que en Atenas se bebiera el vino rebajado con agua, miel y especias.

El vino y el amor es un maridaje histórico. Dionisio era el dios de la embriaguez divina y el amor más encendido. Las mujeres eran las más fieles seguidoras del dios, en forma de nodrizas, amantes o frenéticas bacantes. Este dios, propiciador de placeres, goza de una vida muy promiscua en las historias ancestrales. Sus más famosas conquistas son la mortal Ariadna y la diosa del amor profano, Afrodita-Venus.

Jugar al amor cuando uno está ebrio es una usanza casi tan antigua como el mismo vino. Los Octavos, juegos originarios de la Grecia Magna, eran ritos erótico-dionisíacos que consistían en beber tantas copas de vino como letras formaban el nombre de la amada. Así el banquete griego, que en un principio utilizaba el vino para filosofar, se sexualiza en Roma. Ovidio anticipó el ritual que se desarrollaría en las bacanales romanas con su sentencia: “Con amor, el vino es fuego”.

*fuente foto: Flickr – m.a.x / Bob.Fornal

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