A la salud del más antiguo de los medicamentos
“El vino alegra al triste, reanima al viejo, inspira al joven y hace olvidar el cansancio al fatigado” decía Lord Byron. Sedante, tranquilizante, analgésico, vasodilatador, anestésico, diurético, antiséptico, antidepresivo…. Todos estos adjetivos saludables hablan del buen hacer que el vino puede hacer a la salud. Pero no medicalicemos el vino. El vino es mucho más que un medicamento, es una bebida totémica, de comunión con los demás. Es verdad que tiene un alto contenido en resveratrol (componente del vino que se encuentra sobretodo en las uvas tintas y que tiene acción antinflamatoria y antioxidante) y que por ello va bien para el corazón. Precisamente la “paradoja francesa” trata de eso. Pues en Francia la incidencia de enfermedades cardiovasculares es menos que en Estados Unidos aunque siguen una dieta más rica en grasas saturadas. FIVIN, desde su creación en 1992, orienta sus actividades a valorar los posibles efectos protectores del consumo moderado de vino en nuestro organismo y sobre la salud humana desde un punto de vista médico. Por ello realiza un trabajo continuado de investigación y recopilación sobre vino y salud, bajo la supervisión de un comité científico formado por médicos, técnicos en salud y nutrición y enólogos, de reconocido prestigio nacional e internacional. «Los demás bebedores de alcohol tienen una tasa de mortandad más alta que los bebedores de vino», dice el doctor Morten Gronbaek, profesor de epidemiología en la Universidad de Copenhague. Resulta que el menor riesgo de enfermedad cardiovascular que presentan los bebedores moderados de vino está relacionado, entre otros factores, con una reducción del LDL-colesterol («colesterol malo») y de su capacidad de oxidación, una reducción de la capacidad de agregación plaquetaria y un aumento de la actividad fibrinolítica y antitrombina. Y precisamente la premisa “Wine in Moderation” (Art de vivre) nos cuenta a aprender a apreciar el vino, degustándolo lentamente, acompañándolo de una buena comida y entenderlo. Bajo este concepto se aceptaría:
- Hasta dos bebidas al día por mujer
- Tres para los hombres
Pues si no está bien utilizado es un excitante neurovascular, es alucinógeno, es depresor del sistema nervioso central, hace desaparecer inhibiciones, trastorna el equilibrio y la coordinación, oscurece la consciencia y retrasa la capacidad intelectual entre otras cosas. Platón ya prohibía el vino a los jóvenes porque “es un error añadir fuego al fuego” y es verdad que delante del temido “botellón” solo podemos educar en la degustación sensorial y el beber poco y bueno. El vino se ha utilizado como medicamento en la historia. En la Epopeia de Gilgamesh el vino era fuente de inmortalidad. En la medicina de Hipócrates el vino ocupa un lugar importante para tratar las enfermedades según la tipología: los ácidos son los más diuréticos, los tánicos son antidiarreicos. Teofastro de Eresos utilizaba el vino para pomadas para tratar el reumatismo. En el Romanticismo se creía que la melancolía era una enfermedad y por ello se recomendaba beber vino. Esta época junto a la Medieval es cuando el consumo del vino ha sido más elevado, pues en un momento que el agua podía estar en mal estado “el vino es la más sana e higiénica de las bebidas” como dijo siglos después Louis Pasteur. Por ello brindamos “salute”, “cheers”, “Santé”, para bendecir las copas y augurar buena “salud”.